jueves, 17 de septiembre de 2009

Luciérnagas.

Apenas había transcurrido un segundo, cuando las lágrimas afloraron a sus ojos, resbalaron por sus mejillas y empezaron a caer sonoramente sobre la funda del disco. En cuanto vertió la primera lágrima, el llanto era imparable. Lloraba con las manos apoyadas en el suelo, como si estuviera vomitando. Alargué la mano y le toqué el hombro. Éste se agitaba sacudido por pequeñas convulsiones. En un gesto casi reflejo la atraje hacia mí. Continuó llorando en silencio entre mis brazos. Mi camisa se quedó empapada de su aliento cálido y de sus lágrimas. Los diez dedos de Naoko recorrían mi espalda como si buscaran algo. Mientras sostenía su cuerpo con la mano izquierda, le acariciaba su fino cabello con la derecha. Permanecí así mucho rato, esperando a que el llanto cesara. Pero ella no dejó de llorar.

Aquella noche me acosté con ella. No sé si fue lo correcto o no. Pero, ¿qué otra cosa podía hacer?